De la expresión ¡Esto es más grande que Barcelona!, doy fe de que es verdad, porque lo que es a mí, esas grandes avenidas, un par de idas y vueltas de más seis kilómetros, y sobre todo la segunda parte de la maratón de la Ciudad Condal (no sé si se sigue llamando así), se me hizo eterna y sufrí como nunca antes lo había hecho en una carrera. Pero en fin, por eso y por muchos más motivos, será inolvidable, y porque lo estoy escribiendo todo para que no se me olvide.
La 40ª Zurich Marató de Barcelona para éste que les cuenta, ha sido la muestra de que muchas veces nos obsesionamos con la meta cuando lo importante es el camino, la maratón no como un fin sino como un medio, como el concepto o la idea de la innovación. Eso lo digo hoy, Jueves Santo, más de dos semanas después de mi dolorosa y maratoniana estación de penitencia, habiendo tenido dudas este año de si hacer o no en el día de hoy voto de silencio y portar una cruz con mi Hermandad del Cautivo en Utrera, la del Silencio. Con lo que sufrí el día 11 de Marzo podría estar exento esta Semana Santa, pero no, a fin de cuentas, son cosas distintas, y motivaciones diferentes, dicho sea todo deportivamente hablando, y con el máximo respeto, siempre.
Comenzaré comentando los distintos errores que cometí, porque no fue uno, sino que fueron varios, destacando los tres siguiente:
El primero, fue no descansar la semana previa, que con el mal tiempo que hacía, la lluvia y el frío, bien podría haberme quedado unos días sin salir y cuidarme, y no enfriarme el miércoles antes, con tos al día siguiente, complicándoseme con un dolor en el cuello, e ibuprofeno que te crió hasta el mismo día de la maratón.
El segundo, comer mucho el día antes, el sábado , mi familia me había preparado todo un festín, con cena de pastas de mi cuenta e innecesaria a esas alturas (me salía por las orejas casi), e incluido el ligerito desayuno del día de la maratón: no se me ocurre otra cosa que zamparme enterito un enorme bocadillo de tortilla española con todos sus avíos, y de postre un gigantesto plátano/banana, desayuno que con tanto cariño me preparó mi tía y que no podía dejar de agradecer, comiéndomelo todo, claro está. Como comprenderán y en su conjunto, no iba precisamente "vaciado" para la Carrera de Filípides, no, sino todo lo contrario, pesado como el plomo.
El tercero, ¿cómo fui capaz de estrenar camiseta de competición en toda una maratón? Estrené las calzonas la semana antes, que es lo que me suele dar problemas de rozaduras, pero no la camiseta, finita, con mi nombre en la espalada, preciosa, pero que casi me mata, aunque sea un poco exagerado. Alguno de los errores podría ser comprensible, asumible, pero este último es imperdonable para quien lleva a cuesta tantos años y tantas carreras.
Y así comenzó todo. De inicio, la emoción y las lágrimas en la salida con el Himno de Barcelona de los Juegos Olímpicos de 1992 en la Plaza de España, pasando por el sudor inmediato y la humedad del día, cierto dolor abdominal derecho por culpa del cercano desayuno, viento puntual de costado, respiración controlada, buena hidratación. Se va pasando el dolor, estoy algo más ligero, la animación es impresionante, eso sí, lazos amarillos por todas partes, fotos de presos con leyendas en inglés de personas que también animaban mucho. Sólo me faltaba el elemento después de las lágrimas y el sudor, y que apareció a los dos horas: la sangre, en axilas y pecho, que se aprecia en la foto de arriba, y que no he querido ampliar para no crear alarmismo sangriento.
Y de ahí hasta el final, largas, pero que muy largas las avenidas, grupos de música variada, y muchas batukadas, que me empiezan a molestar cada vez más, por culpa mía sin lugar a dudas, tanto golpe de percusión, tanto ruido, porque estoy mal, cada vez peor. Pero no, no me voy a parar. Me cambio de pañuelos, me limpio la sangre que puedo, cómo escuece todo, porque si paro, igual no puedo continuar. No, mejor no paro. Aguanto ya. Pero qué largo se me hace. El muro no es muro, es la Muralla China entera. Si me incorporo hacia delante un poco igual me duele menos con menos roce, pero no, así respiro peor. El reloj, la primera media maratón muy por debajo de dos horas, bueno, al menos llegaré antes de 4 horas. Últimos diez kilómetros. Necesito ir por debajo de 6 minutos el km para hacer menos de las 4 horas. Creo que sí. Cinco kilómetros para llegar, creo que no, ya no, las piernas no me responden, voy hecho un cristo, me parece que voy cojeando, me duele el pecho, por fuera y por dentro, mejor no forzar. Voy muy mal. Vamos a llegar y ya está. Mejor no mirar el reloj, no me voy a parar ya a estas alturas, veo ya las dos torres, pero qué grande es Barcelona, ya sí llego, y además, llego vivo. Eso sí, con más de una cambayá (traspié) al final que casi me caigo. He llegado, por fin. He completado mi maratón número once, la única por encima de cuatro horas, pero he llegado, y estoy bien, estoy vivo.
El deseo de disfrutar de la maratón, se quedó en eso en un deseo, pero me traigo todo lo demás, una gran experiencia y lecciones que tampoco olvidaré. Recuerdo la carita de Rosalía, que corrió más de 10 kms para verme hasta en cinco ocasiones y animarme mucho, todas yo sonriente como si no me pasara nada, hasta le choque la mano y todo, más que nada porque no podía ni hablar. Pero bueno, siempre aprendiendo. La organización de Maratón, todo hay que decirlo, perfecta. Todo controlado, gente amabilísima desde que llegamos al aeropuerto, recogida de dorsales, guardarropa, la Feria de Muestras del día antes impresionante, duchas en las Piscinas de Montjuic con autobuses lanzaderas de ida y vuelta, en fin, todo perfecto, de sobresaliente.
Pues así fue, y así lo he contado. Entre más de 17.200 participantes, entre tantos atletas de Italia, Francia, Reino Unido, España, y catalanes, muchos atletas catalanes, Ciudadanos del Mundo Todos, pues allí había un andaluz, de Utrera, de Trajano, o de Los Molares, pero sin hacer guerra ni batalla alguna por su lugar de origen, ni por cómo habla, ni por cómo piensa, eso es lo de menos y lo de más, el mismo que les cuenta y comparte sus cosas, porque de eso trata, de compartir, aprender, tener experiencias, querer, crecer, sufrir, respetar, disfrutar, adaptarse a las circunstancias, vivir, como quien dice.
Y ahora un recuerdo bonito. Antes agradecer los ánimos de tantos amigos y amigas, que me desearon lo mejor, que disfrutara mucho de la Maratón de Barcelona, que sepan que de todos y cada uno tuve tiempo de acordarme, de verdad que sí y me conocéis. Acabamos en todo lo alto, en positivo. Hace unos días, un conocido también corredor, Óscar, al que hacía mucho que no veía me dice en el Templo de la Cerveza en Utrera, es decir, la Cervecería Carlos:
- Diego, has hecho la Maratón de Barcelona, que te he visto en la tele, en Teledeporte; digo mira, uno de Utrera en la Maratón de Barcelona.
- Ah, pues no sabía que había salido en la tele. Pues sí, ¿Corriendo me viste? -Mi respuesta/pregunta sonriendo entre orgulloso y temiendo un poco.
- No, no, corriendo no, -me dice él- en la Feria del Corredor que sería el día antes.
- Pues sí, allí estuvimos. Todo muy bien (miento un poco/bastante; no era ocasión de contar detalles con la alegría del saludo recibido).
Muchas gracias Óscar, si lees esta crónica comprenderás por qué me alegré de que no me vieras corriendo, sino vestido de calle y sonriente. Menos mal.
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Véase Resumen Minuto 10:08 a 10:15, mis segundos de gloria.
Fotografía de mi animadora favorita, Rosalía, que también es televisiva. |
Salud y kilómetros, más que nunca.